Polinizadores del Botánico
Publicado en El Asombrario / publico.es, 21 de julio de 2025
A pesar del calor, el Botánico aparece hoy exuberante, fresco. Quizá es que esperaba
encontrarlo tan agostado como está el campo, al que el sol de verano ha teñido ya
de rubio. Pero esto es un jardín, mimado por los jardineros que se afanan aquí
y allá regando, podando, recorriendo los senderos en pequeños carricoches
silenciosos cargados de herramientas. Todo está tranquilo a esta hora de la
mañana y me parece increíble que no haya más gente refugiándose como yo del
trasiego urbano, huyendo de la ardiente respiración de las calles cuyo jadeo se
oye al otro lado de las tapias, en otro mundo. Ya sé que es el tópico, pero este
jardín es un remanso de paz y bla, bla.
Para prosperar, la vida natural necesita de la polinización de los insectos. Los bosques y los parques, la vegetación con su sombra que buscamos estos días para soportar el calor, se renueva año a año gracias a su laboriosa y casi invisible existencia. Como advierten los carteles de la exposición Estamos aquí que me salen al paso mientras recorro el jardín, hay un montón de insectos libando entre las flores: abejas silvestres, moscas, mariposas, escarabajos. Están retratados en las preciosas fotografías de Antonello Dellanotte, Marisa Esteban y del naturalista Javier Martín que ilustran los paneles, y en las de los participantes del concurso Abejas silvestres y otros polinizadores de nuestras zonas verdes organizado por el Real Jardín Botánico-CSIC para que los visitantes urbanos participemos en la observación y el conocimiento de tan valiosos polinizadores.
Yo también he venido con mi cámara por si sorprendo a alguno. A cada rato los oigo zumbando entre las matas perfumadas y cuando apunto con mi objetivo ya no están, pero aparece en el cuadro una mariposa naranja de alas punteadas. Es como las que veía de niña cuando en los veranos iba al campo en bicicleta, revoloteando junto a otras mariposas blancas, amarillas y azules, cruzando temblorosas desde la luz a la sombra. Al fin consigo atraparla en mi instantánea, posada sobre unas campanillas violetas donde despliega sus alas con elegancia concentrada en su trabajo, ignorándome. Y después se va volando a otra parte, a otra flor. Desaparece en otro rincón de mi memoria.
El sol está alto y entre las densas sombras que forma la espesura extiende sus sábanas blancas, cegadoras. Un hombre con sombrero se detiene junto a una fuente y se agacha buscando algo, quizá siguiendo el rastro de alguna hormiga. En un banco de piedra, bajo un enorme castaño, una mujer con un vestido azul mira ensimismada cómo se posa un rayo de luz sobre los lirios. De pronto pienso lo raro que se ha vuelto ver a alguien simplemente así, dejando volar el pensamiento sin hacer nada, sin un teléfono entre las manos, disfrutando de la propia intimidad y el momento de sosiego. Observando transcurrir la mañana, la vida alrededor. Más allá, otra mujer habla con un gato atigrado que se esconde en un parterre; y deben de conocerse ya, porque ella ha sacado del bolso un táper con comida. Mira lo que te traje, le dice con mucha amabilidad, pero el gato se muestra hoy desganado y esquivo. Quizá sea el calor.
Una pareja se retrata ante el Pabellón Villanueva, iluminado al otro lado del estanque de Linneo como un espejismo perfecto. La copa de la gran palmera canaria que preside el edificio está cubierta por un velo de malla y, por una de esas absurdas asociaciones que a veces nos asaltan, me acuerdo de aquella gasa con la que la peluquera envolvía la cabeza llena de rulos de mi abuela para peinarla. En la Cátedra Cavanilles del pabellón se exhibe la instalación En extinción. Lepidóptera de la artista Toya Legido: más de 4.000 mariposas fotografiadas e impresas en papel, recortadas y prendidas con alfileres de entomólogo a las paredes blancas del pabellón, a punto de salir volando, para recordarnos que el 60% de las mariposas ibéricas han desaparecido en los últimos cincuenta años por el impacto de la agricultura intensiva, los pesticidas, la urbanización descontrolada, la contaminación y el cambio climático.
En la Platabanda, el colorido diseño de bordura del paisajista inglés Richard Bisgrove recorre el paseo bajo, donde florecen dalias, rosas silvestres, agapantos y cardos, margaritas, hortensias, azucenas o amapolas blancas: el fértil paraíso de los polinizadores. Yo sigo el vuelo de alguna abeja silvestre entre las matas, que estará recolectando polen para alimentar a las crías que aguardan en su nido subterráneo. Antes, cuando contemplaba las mariposas quietas del pabellón, fue como si hubiera entrado en una habitación del pasado y por un momento tuve la sensación de estar al otro lado del tiempo. Pero regreso y dejo que la mañana transcurra ociosa entre los quehaceres de estos seres diminutos cuya labor invisible nos protege aún de nuestros propios desastres. Y embriagada como una abeja por las texturas que parecen estallar en los parterres, me dedico a retratar las flores.
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