El viaje europeo de Joel Meyerowitz
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Grecia, 1967. Joel Meyerowitz |
Publicado en El Asombrario y publico.es, 26/6/2026
En la carretera E87, cerca de Trokala, en Grecia, un hombre y una mujer atraviesan el instante en una motocicleta, imprimiendo velocidad a un fondo de vegetación que se desdibuja a su paso. Pero ellos permanecen quietos; el hombre conduce atento y la mujer me mira y sujeta el pañuelo que lleva sobre los hombros, que quiere salir volando y no puede porque se quedó así, aleteando en otro tiempo. Es 1967, el fotógrafo se asoma con su cámara a la ventanilla del coche en el que viaja y dispara esta fotografía que observo aquí, en la exposición Joel Meyerowitz: Europa 1966-1967, en el Centro Cultural de la Villa Fernán Gómez de Madrid.
Tras dejar su trabajo en una agencia de publicidad, Joel Meyerowitz inició su aventura en el verano de 1966. Tenía 28 años y quería dedicarse a la fotografía, pero aún no sabía cómo. Durante un año recorrió 30.000 kilómetros de carretera con su primera esposa Vivian atravesando Inglaterra, Irlanda, Escocia, Francia, Alemania, Austria, Turquía, Grecia, Italia y España, donde pasó varios meses en Málaga y entabló amistad con la familia de los Escalona. El viaje culminaría con su primera exposición individual en el MoMA en 1968, que tituló My European Tryp, y su experiencia le dio la perspectiva para verse a sí mismo y descubrir “qué tipo de artista podía ser y qué tipo de hombre debía ser”.
Un rebaño de ovejas pastando junto a una carretera en Cádiz, trabajadores caminando en fila por una calle de París asediada por enormes grúas, una mujer sentada en un banco junto a una cabina telefónica en una calle desierta de Gales, un pastor con sus vacas en Pérgamo, un hombre en su motocicleta surgiendo de la oscuridad en Cork; todo lo que sucede al otro lado de la ventanilla está atrapado en el plano de estas imágenes, pero parece vivo. “La cámara consigue atrapar los instantes que percibimos con los ojos y los detiene ahí, nos permite un momento de reflexión para entender la naturaleza humana, cómo la vida es extremadamente variada y lo incluye todo: la luz, las sombras, la alegría, las tragedias, los días de lluvia y también el sol”, dice Meyerowtiz.
En Inglaterra, donde comienza el viaje, el fotógrafo admira los tipos de la vida londinense: el hombre con periódico y bombín, la mujer de peinado estrafalario, los jóvenes estudiantes en Trafalgar Square o las chicas con minifalda y la música, la música por todas partes. En Kensington alquilan una habitación donde Vivian posa desnuda sobre la cama como la venus de un cuadro bajo las flores y los cortinajes de un vetusto dosel, y él también se autorretrata desnudo ante un espejo con marco barroco, perdido entre las ramas del empapelado. Irlanda le parece aún más amable, como la mujer con el pañuelo verde en la cabeza que se vuelve y le sonríe con las mejillas encendidas entre el bullicio de un mercado callejero, como los recién casados que posan con su familia antes de subirse al coche, como la joven ensimismada que mira pasar desde el portal a dos niñas con el uniforme del colegio.
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Ireland, 1967. Joel Meyerowitz |
Al llegar el otoño, Joel y Vivian van hacia el sur cruzando Francia. “París era vibrante y enorme. Estaba llena de cafés, cines, pequeños restaurantes y museos. En casi todas las calles había animación; abundaban los placeres fotográficos.” En noviembre atraviesan la España de entonces: los bares, los descampados, la Guardia Civil en todas partes, el yugo y las flechas clavados a los muros de las iglesias, el nombre del dictador en grandes letras luminosas oscureciendo el ánimo de tanta gente. A Málaga llegan invitados por el escritor estadounidense Paul Hecht, que estudiaba la cultura flamenca con la familia gitana de los Escalona, y deciden pasar allí el invierno. “Málaga es un lugar que me cambió la vida, como artista y como hombre. En sus calles comencé a descubrir una forma diferente de verla, empecé a sentir que la vida es más interesante que un encuadre; esa multiplicidad de instantes era un nuevo lenguaje para mí.”
En la exposición hay muchas fotografías de esta etapa malagueña y en todas se refleja la fascinación de Meyerowitz por lo que veía en la ciudad, su inmersión asombrada en la alegría y el arte de los Escalona, a los que retrata sin descanso; en aquellos días hizo 8.500 fotos y grabaciones de los espectáculos de flamenco a los que acudía. Son imágenes que cuentan historias completas, como la de ese ciego en los soportales de un bar aferrado a su radio, cubierta con una servilleta, mientras ahí fuera actúan bajo el sol unos músicos gitanos con su cabra, o la de las dos mujeres que parecen hacerse confidencias sentadas en los cascotes de un descampado, rodeadas de bidones y chatarra oxidada. O como la escena del caballo muerto que el fotógrafo se encontró por casualidad, desplomado en medio de la calle, rodeado de curiosos: “Me quedé allí durante más de media hora, observando yo también cómo los hombres trataban de sacar el caballo de allí para que el tráfico pudiera continuar. Fue una escena llena de drama y tristeza, una especie de teatro callejero.”
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Málaga, España, 1966. Joel Meyerowitz |
Tras dejar España la pareja irá a Turquía y Meyerowitz se enamora de Estambul, de los mercados y de sus calles, luego a Italia y a Grecia. Allí pasan unos días en un hotel junto a la playa en Corfú, donde el fotógrafo quiere buscar el Edén que describe con melancolía Lawrence Durrell en La celda de Próspero: un manantial de agua dulce que burbujea en medio del agua salada, y otro que cae por un acantilado de treinta metros cubierto de musgo, al que se puede llegar nadando para beber. La fotografía Partiendo de Nápoles (1967) es la que cierra su viaje por Europa: un hombre con sombrero que agita desde el barco una serpentina entre los dedos, despidiéndose de la bahía como haría un personaje en el último capítulo de una historia.
Quizá la fotografía no es muy diferente de la literatura, ambas provienen de esa observación perezosa y atenta al mismo tiempo del mundo alrededor: lo que sucede a cada momento, las pequeñas revelaciones que llegan como destellos a la vida de la gente y desprenden esas luces frágiles que el escritor o el fotógrafo se afanan en buscar a lo largo de su vida con obstinación enfermiza, trayendo al plano del presente lo que ya sucedió para poder ver cómo se enciende y sucede, una y otra vez. Un año después de su regreso, cuando Meyerowitz expuso en el MoMA todo lo que había visto y vivido, el entonces director del Departamento de Fotografía John Szarkowski dijo que Joel Meyerowitz había hecho “observaciones irreversibles mientras su coche estaba en movimiento”. Observaciones irreversibles, las llamó. “Todo lo que tienes como fotógrafo es eso, dice Meyerowitz, una fracción de segundo para identificar el posible significado de lo que estás mirando.” Y entonces hay que captarlo rápido, me digo, antes de que desaparezca.
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