Máscara y compás
| Verbena. Maruja Mallo (1927) |
Publicado en El Asombrario/publico.es, 5 de diciembre 2025
Como la mujer de negro absorta junto a mí en esta sala del Reina Sofía, en la gran retrospectiva que con el título Máscara y compás dedica el museo a Maruja Mallo, llevo un rato observando una de las Verbenas que la artista pintó en sus comienzos. Ahí fuera el día está tan gris que daría cualquier cosa por atravesar el lienzo y perderme en su fantasía abigarrada y colorida. Aquí hay un hombre encapuchado de espaldas, soldados de la guardia con su penacho de plumas y un botones con matasuegras bebiendo con dos mujeres indígenas; hay molinillos y banderines agitados por la brisa, una ruleta de barquillero con su sonido claclaclac, un león de madera, una noria y un zepelín con pasajeros, y detrás de todo, muy al fondo, se divisa un pedacito de mar donde flota un diminuto velero blanco. Y en primer plano, acomodada en su calesa, llega esa pareja oronda con chaleco, pajarita y canotier, con mantón y abanico, con la capota recogida para poder lucirse bien.
Maruja Mallo pintó estas series de Verbenas y Estampas a finales de la década de 1920 seducida por los festejos y las artes populares, tan alejadas de las rígidas propuestas de las vanguardias y de las ideas sectarias que empezaban a infectar Europa. Son cuadros irreverentes donde las mujeres llevan la falda corta y se mueven libres, creativas, iguales, donde se divierten juntos el proletario y el burgués, carnavales donde el pueblo se libera de carencias o miedos, de la autoridad y de sus encorsetadas normas de decoro como la de llevar sombrero.
“Maruja Mallo, entre verbena y espantajo toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo”, decía Lorca. El poeta fue uno de sus primeros amigos cuando llegó a Madrid desde Galicia con 26 años; también los surrealistas Dalí, Buñuel o Alberti, con quien vivió una gran pasión y para cuyos montajes teatrales y títeres creó personajes y decorados. Gómez de la Serna, que escribió su biografía, decía de ella que era “la de las veinte almas”. Para Juan Ramón Jiménez constituía, junto con Dalí, “la nueva primavera española.” Aquí está, detenida en aquel tiempo, en algunas viejas fotografías: con Ernestina Champourcín y Dalí en 1925; con Gregorio Prieto, Rosa Chacel, Concha Méndez y dos amigos más en una verbena en 1927; con José Caballero y Pablo Neruda en la Casa de las Flores en Madrid, donde vivía el poeta. Después, en 1928, expondrá por primera vez y con gran éxito en el local de la Revista de Occidente que había fundado José Ortega y Gasset.
Y por aquel entonces también sucede esta escena: Maruja Mallo y su amiga, la pintora vallisoletana Margarita Manso, cruzan la Puerta del Sol con Dalí y Lorca jugando a quitarse el sombrero porque sienten, dice Maruja, “las ideas congestionadas”. Quizá hace sol o hace viento y el viento les revuelve el pelo y se ríen y sus cabezas van destacando entre todas las de la plaza: licenciosas, despreocupadas, ¡sinsombrero! Por eso la gente los señala, los insulta, “nos apedreaban”, contaba la artista muchos años después. A su amiga Margarita dedicaría Lorca su poema Muerto de amor; fue la única mujer en la vida del poeta y musa de Romero de Torres, profesor de las dos artistas en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Era tan hermosa y vestía tan moderna que Dalí la llamaba “la reina de Saba”, pero tras la Guerra Civil quedó, como tantas mujeres, invisibilizada.
Se diría que flota ya el presentimiento de la guerra en las atmósferas grises de la serie Cloacas y campanarios (1929-1932), donde Maruja Mallo se acerca al surrealismo con su “capacidad destructiva”, decía, necesaria para edificar un mundo nuevo. Son paisajes yermos, apocalípticos, donde no aparecen figuras humanas, solo restos de huesos, puntas afiladas que emergen del barro, jirones de ropa que azota el viento. Como en Espantapeces (1931) o en Tierra y excrementos (1932), donde la tierra ha estallado abriendo simas profundas. O como en Espantapájaros (1930), el cuadro que adquirió André Breton cuando se presentó la serie en la galería Pierre de París, a la que también acudieron Picasso y Joan Miró.
| Sorpresa del trigo (1936) |
En 1937 la artista escapa a Lisboa gracias a la poeta Gabriela Mistral, que era cónsul de Chile en Portugal y le proporcionó el salvoconducto. Desde allí partió al exilio en Buenos Aires, donde se une a los movimientos de apoyo a la República y se reencuentra con viejos amigos como Gómez de la Serna o Neruda. La naturaleza y la promesa fértil de aquella tierra iluminan la serie La religión del trabajo (1936-1939) en la que aparecen esas majestuosas figuras como diosas que ensalzan a la mujer campesina, marinera y labradora. En esta sala todo el mundo se detiene ante sus conocidos lienzos Canto de las espigas (1939) y Sorpresa del trigo (1936), inspirado por la visión de una mujer que se manifestaba en Madrid el primero de mayo alzando su brazo con una barra de pan, a la que Mallo convierte en una Deméter con espigas y semillas en sus manos. “Me recordó a una consagración eucarística proletaria”, contaba. Seducida también por la riqueza cultural y racial que encuentra en América, ensaya con sus Cabezas bidimensionales (1941-1952) la hibridación de razas y naturaleza, como en La cierva humana (1948), o la indefinición de género en la andrógina Mujer rubia / El campeón (1951). En las Máscaras (1948-1957), su última serie americana, indaga en la expresión psicológica reflejada en rostros inanimados, caretas que flotan en un vacío iluminado y tenebroso a la vez.
Está guapa Maruja Mallo en las fotografías de antiguas publicaciones que observo en la vitrina, con su boquita en forma de corazón como se llevaba entonces, el rabillo en la comisura del ojo y las cejas alargadas hasta la sien como dos pececillos que vienen nadando a encontrarse sobre su nariz. Belezas espanholas. A insigne pintora Maruja Mallo, dice el pie de foto en una revista de 1929. Y en su estudio en Buenos Aires, con un compás abierto en la mano, rodeada por los lienzos de su serie La religión del trabajo. Y sobre todo en esos retratos de cuerpo entero, convertida en una rara especie mitólogica con su fabuloso vestido de algas, en la playa chilena de El Tabo en 1945, donde también aparece paseando con Neruda y su habitual camiseta de rayas.
| Estudio para cabeza de mujer (1940-1944) |
A lo largo de los años, Maruja Mallo trabajó con una libertad creadora absoluta, sin adscribirse a ninguna corriente; era, como decía Dalí, “mitad marisco, mitad ángel”. Cuando regresa a España se centra en el estudio de la física moderna y su concepto de espacio/tiempo, la cuarta dimensión. Sus apuntes, sin tachones y primorosamente escritos, se muestran en una de las vitrinas: “Euclides=3D, Física Clásica: carácter de inercia. Einstein=4D, Teoría de la Relatividad: movimiento absoluto.” En sus últimas series, Moradores del vacío (1968-1980) y Viajeros del éter (1979-1982), funde ciencia y mitología y en sus lienzos de aire futurista aprecen células, naves espaciales, sirenas o ángeles, o dibujos con formas geométricas para las portadas de la Revista de Occidente. “A una humanidad nueva corresponde un arte nuevo porque una revolución artística no se contenta solamente con hallazgos técnicos. El verdadero sentido que hace a un arte nuevo e integral es, además de un conocimiento científico sólido y de un oficio manual seguro, la aportación de una iconografía, para una religión viva, para un nuevo orden.”
Un corro apretado y atento de visitantes rodea la pantalla que proyecta, en la última sala de la muestra, una entrevista de los años 80 donde aparece con su aire libertario, los ojos sombreados de azul plata y los labios atiborrados de carmín rojo, con su cabello oscuro y ondulado de siempre y sus manos voladoras: esa mujer fascinante que veíamos en aquellos años dentro del cristal abombado de nuestro televisor. En su cuestionario, el entrevistador va dando nombres y ella contesta lo que le viene a la mente: “¿Goya?” “El hombre”; “¿Velázquez?” “El técnico”; “¿El Greco?” “El sabio”; “¿Picasso?” “El delator de este siglo”; “¿Dalí?” “La figura surrealista, pero bastante vulnerable”. Y en este punto, el periodista toma aliento antes de hacer la pregunta: “¿Y Maruja Mallo?” Entonces ella sonríe, entorna los ojos con coquetería y dice: “Yo, soy eso: veinte almas”.
Maruja Mallo. Máscara y compás
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Madrid. Hasta el 16 de marzo
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